“– ¿Podría llamarte…?
Pensé que ibas a preguntar si
podías llamarme Minnie. Pero simplemente querías saber si podías llamarme.
¿Quién eras tú para pedirme aquello, a quién le estaba contestando que sí? Te
habría dejado, Ed, te habría permitido llamarme eso que odio que me llamen,
excepto si lo hace la persona que me quiere más que nadie. En vez de eso dije
que sí, claro, que podías llamarme para, tal vez, ver una película el próximo
fin de semana, y, Ed, lo que sucede con los deseos del corazón es que tu
corazón ni si quiera sabe lo que desea hasta que lo tiene enfrente. Igual que
una corbata en un bazar, un objeto perfecto en un cajón de naderías, apareciste
ahí, sin invitación, y de repente la fiesta pasó a un segundo plano y tú eras
lo único que yo quería, el mejor regalo. Ni siquiera lo había estado buscando,
no a ti, y ahora eras lo que mi corazón deseaba.”
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