“- Quiero decirte algo –
exclamaste antes de que pudiera decidir cuál de las frases mordaces que había
estado puliendo debía utilizar en primer lugar. Colocaste ambas manos al
frente, las estiraste, como si yo estuviera a punto de empujar una enorme roca
hacia ti. Retrocedí mientras tú permanecías quieto, defendiendo tu posición en
el estruendoso campo de batalla, y empezaste a contar con los dedos las veces
que decías lo que estabas diciendo, ambas manos dos veces y casi las dos otra
vez. Era lo único que podías decir, las palabras perfectas, eso aseguraste.
Lo
siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo
siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo
siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo
siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento.
- Veintiséis veces – dijiste
antes de que yo pudiera preguntarte.
Todo el mundo estaba congregado a
nuestro alrededor, o en cualquier caso rodeándonos, arremolinados como un
ruidoso y terrible oleaje.
- Veintiséis – repetiste hacia la
multitud y diste un paso hacia mí.
- No – exclamé, aún no podía
decidirme.
- Veintiséis – dijiste -. Una por
cada día que llevamos juntos, Min. Y espero que algún día, cuando haga otra
estupidez, tenga que decirlo un millón de veces porque ese sea el tiempo que
haya pasado contigo, Min. Contigo.”
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